lunes, 14 de junio de 2010

Y NO PARA DE LLOVER

Llueve sin cesar. Llueven lágrimas de cocodrilo de la niña que patalea porque su madre no le ha comprado unas zapatillas de Hello Kitty. Llueven los gritos de los que se pelean en mitad de la Rambla sin tener mejor forma de decirse que se aman. Llueven polillas acartonadas que nacen de los gusanos que anidan en las miserias de las putas que abarrotan la Boquería. Llueven kilos y kilos de las especias que sobrevuelan todos y cada uno de los rincones del Raval. Llueven por igual la falta de glamour y la estela de derrota de los travestis que se arremolinan frente a jóvenes chulazos con camiseta de hombreras y músculos ciclados, que los ningunean sin pudor. Llueve dolor y olor a perfume barato de la ricachona venida a menos que no se acostumbra a que ya no le hagan reverencias cuando baja, pintada como una mona, a comprar el pan con el que poder tragar su soledad. Llueve rabia de los iracundos hijos de puta que apalean como perros a sus mujeres para quitarles la vida porque “si no es conmigo, no es con nadie”. Llueve sangre… Y no para de llover…
Llueve llanto del amor no correspondido, escondido bajo la sábana solitaria de una triste y desolada cama de habitación de universitario en plena época de exámenes. Llueve tensión hiriente de insultos de posiciones enfrentadas que no hallan punto de inflexión. Llueven noches y días de tedio del trabajador de monótona labor, que torna gris lo que debiera ser colorido y alegría de vivir. Llueve miedo del desamparado en su primera noche de indigencia. Llueven temblores de manos del alcohólico sin su elixir para seguir existiendo sin dignidad pero con aplomo, de historias inventadas creyéndose sus propias palabras. Llueve la excitación del pederasta al descubrir una nueva víctima con la que, tan sólo, poder soñar. Llueven miserias… Y no para de llover…
Llueve hipocresía de la que habita en los corazones de los de “a Dios rogando…” Llueve la resaca de boca pastosa de un fin de semana de excesos sin arrepentimientos. Llueven píldoras del día después de las niñas que sin remilgos se bajan las bragas para follarse a lo primero que pillan, sin pensar en “el día después”. Llueve la incertidumbre del mañana sin saber a ciencia cierta si habrá o no seguridad. Llueve la ineptitud de las notas discordantes de cada casa. Llueven los lamentos del “¿qué hemos hecho mal?”. Llueve incultura… Y no para de llover…

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