miércoles, 16 de junio de 2010

PRECIPITACIÓN

De miel fue tu mirada, de dulce de leche las palabras bien sonantes que me llevaron hasta ti, de sol con helados de fresa las caricias que te inventaste y de hiel la marcha que sin previo aviso te sacaste de la manga…
De la miel brotaron flores marchitas que asolaron los campos del alma que hasta entonces yo tenía, el dulce de leche acabó agriado y sombrío mi carácter del dolor supurante de hojas secas, se volvieron tormenta los días soleados y al frescor de las fresas le siguió el sabor amargo de la hiel en cada trago de los días…
No supe anticiparme y perdí una batalla tras otra en las trincheras que cavaba a destajo y sin resuello. No supe ver que se me iban lo días a chorro por el grifo abierto de la herida. No supe sino encontrar refugio en la noche clandestina de unos besos acartonados que tan sólo a tabaco e inconsciencia me sabían. No supe encontrar la chispa con que volver a encender la vida que se me iba como una exhalación…
Me solté de mis amarras y volé. O eso creí que hacía, mientras sentía el vacío bajo mis pies y el aire acariciándome la cara a una velocidad extrema que jamás volveré a sentir. No recuerdo el momento exacto del impacto pero sí un gran desorden alrededor, caos, gritos, sirenas y silencio. Por fin el ansiado silencio…
Y un día de repente la descubrí a ella desde mi incorpóreo mundo. La vi con su mirada tierna perdida en la nada y deseé tener un corazón que latiese por ella, que estos ojos invisibles pudiesen mirarla a la cara y decirle mil cosas sin necesidad de abrir esta boca muda, redescubrir mediante caricias su piel, respirar... Volver a respirar… pero es etéreo mi mundo. Impalpable, invisible para ella. Lejano, desconocido, ligero, liviano, inexistente. Inexistente como yo en el suyo.
Me dedico a pasar todos y cada uno de los años de esta eternidad tempranamente elegida viendo cómo los surcos se le dibujan en la cara, cómo sus cabellos se tornan grises, cómo sus pasos ya no son tan firmes y decididos y espero. La espero con la paciencia que un día me faltó. Aguardo el momento justo en que su corazón se detenga para poder entonces cogerla de la mano y llevarla a mi lado para siempre. Y entonces, sólo entonces, dejaré de arrepentirme por haberme precipitado al vacío aquella fría tarde de invierno.

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