martes, 13 de septiembre de 2011

El día que fuimos libres

El día que fuimos libres, nadie se volvió a mirar cómo se entrelazaban nuestras manos, nadie dirigió sus ojos primero a mí, luego a ti, de nuevo a mí…

El día que fuimos libres, no vimos banderas, ni distintivos, ni desfiles grotescos, ni guetos. No hubo que esconderse en un barrio o un bar determinado para poder comerte a besos sin sentir las incómodas miradas acusadoras…

El día que fuimos libres, no fue necesario decir que tú y yo sumamos sólo uno, que dormimos bajo las mismas sábanas, que nos amparamos bajo el mismo cielo que los demás...

El día que fuimos libres, recuerdo que no hizo falta discutir sobre la “normalidad”, la paternidad o la maternidad, el matrimonio o la unión... sólo se habló de personas con sentimientos, con ilusión, con necesidad como las demás de formar una familia…

El día que fuimos libres… ese día, mi amor, aún está por llegar…

jueves, 28 de julio de 2011

Gracias...

Destruiría el alma de ese despertador traidor que cada mañana me arranca el sueño a tirones para separarme de ti. Ese que no entiende de esencias, de aromas o de despertares a tu lado…

Demolería las paredes que van separando mis pasos de tu piel en cuanto salgo de la habitación. Ahogaría en polvo seco su risa burlándose de mi desasosiego porque se queda el tacto cálido y suave de tu cuerpo desnudo…

Hundiría bajo el océano más profundo el café con tostadas, el bus, el tráfico, las calles que van poniendo distancia entre tu respiración y la mía porque le dan al tiempo la ventaja de seguir meciéndote en sus brazos mientras yo, autómata de los días, me pongo a funcionar entre el maldito estrés monótono en que vivo últimamente.

Pero le doy una vuelta de tuerca a todo y me quedo con la sensación de ardor en los labios tras las mariposas depositadas en la curva perfecta y preciosa de tu cuerpo adormecido, tibio, casi volátil, inmerso en ese paso intermedio entre el sueño y la vigilia y se desborda un mar de inmensa ternura al recuerdo de tu aletargada sonrisa durmiente y maravillosa, justo antes de colgarme la mochila, colocarme los cascos y perderme entre la multitud mañanera de una ciudad que un día me llevó a ti. Nunca le estaré lo suficientemente agradecida por ello…

Destruiría el alma de ese despertador traidor que cada mañana me arranca el sueño a tirones para separarme de ti. Ese que no entiende de esencias, de aromas o de despertares a tu lado…

Demolería las paredes que van separando mis pasos de tu piel en cuanto salgo de la habitación. Ahogaría en polvo seco su risa burlándose de mi desasosiego porque se queda el tacto cálido y suave de tu cuerpo desnudo…

Hundiría bajo el océano más profundo el café con tostadas, el bus, el tráfico, las calles que van poniendo distancia entre tu respiración y la mía porque le dan al tiempo la ventaja de seguir meciéndote en sus brazos mientras yo, autómata de los días, me pongo a funcionar entre el maldito estrés monótono en que vivo últimamente.

Pero le doy una vuelta de tuerca a todo y me quedo con la sensación de ardor en los labios tras las mariposas depositadas en la curva perfecta y preciosa de tu cuerpo adormecido, tibio, casi volátil, inmerso en ese paso intermedio entre el sueño y la vigilia y se desborda un mar de inmensa ternura al recuerdo de tu aletargada sonrisa durmiente y maravillosa, justo antes de colgarme la mochila, colocarme los cascos y perderme entre la multitud mañanera de una ciudad que un día me llevó a ti. Nunca le estaré lo suficientemente agradecida por ello…